Cuando descargan los imputados es culpa de los fiscales y cuando los condenan es gracias a los jueces
Cuando un juez varía una medida de coerción o deja en libertad a un imputado, la culpa automática recae sobre el fiscal. El juez pasa como un espectador inocente, y el fiscal se convierte en una especie de “llave maestra” que abre los centros penitenciarios a su antojo. El razonamiento es tan absurdo que uno casi se convence de que los fiscales guardan en sus escritorios el manojo de llaves de las cárceles.
Lo contrario también es cierto: cuando un tribunal dicta una condena, desaparece todo rastro del fiscal y de la investigación policial. Nadie recuerda las audiencias, las pruebas, las diligencias, las largas jornadas de litigio. La frase de rigor es: “gracias a los jueces se hizo justicia”. Los fiscales, otra vez, borrados del guion.
El problema de fondo es simple: ignorancia, ego y mezquindad. Ignorancia, porque en un sistema acusatorio el juez no decide en el vacío, sino en base a lo que el fiscal presenta. Ego, porque resulta más cómodo endiosar a unos y satanizar a otros que entender cómo funciona realmente la maquinaria judicial. Y mezquindad, porque reconocer méritos ajenos es una tarea imposible para quienes prefieren alimentar prejuicios antes que aceptar realidades.
Pero aquí la ironía duele más: en este sistema, si el fiscal no acusa, el juez no condena; si el fiscal no presenta pruebas, el juez no puede inventarlas. Sin embargo, seguimos atrapados en un teatro de percepciones en el que los fiscales siempre son los villanos y los jueces los héroes absolutos.
El cierre es inevitable: mientras sigamos repitiendo como loros que “los fiscales sueltan y los jueces condenan”, seguiremos cultivando una sociedad que prefiere clichés a verdades, percepciones a realidades y chismes de esquina a justicia verdadera.
Al final, no es que “los fiscales sueltan” o que “los jueces condenan”. Es que la ignorancia nos condena a todos.

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