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Rubirosa, la hora final del "Robin Hood" de la izquierda dominicana.


“Estamos pisándole los ta­lones” o “está muy cerca de nosotros”, eran expre­siones que pronunciaban recurrentemente los jefes policiales ante la prensa, sobre uno de los hombres más buscados del país en la última fase de los doce años de gobiernos de Joa­quín Balaguer.

Y no fue hasta el 26 de marzo de 1978 cuando lo atraparon.

Y lo ejecutaron.

Mientras Rubirosa Fer­mín huía de las autorida­des, integrantes del grupo que algunos definieron co­mo una banda, pero otros lo nominaron como movi­miento político, habían si­do apresados y torturados para forzarles a revelar su paradero.

Así, lo delataron sin pensar en todo lo que es­te hombre había puesto en juego durante su lucha re­volucionaria, como su vi­da o su familia. Dejó en la orfandad a tres hijos que procreó con su compañe­ra de entonces, Hilda Val­dez, y una pequeña de tres años que no llegó a cono­cerle, procreada junto a su hoy viuda, Margarita Franco.

Cabeza del Movimien­to de Liberación Nacional “Los Trinitarios, Rubirosa, entonces con 33 años de edad, se encontraba en la casa de una amiga, Rosa Elena Rodríguez, de quien dicen era su amante, aun­que conocidos suyos nie­gan tal relación.

“Vete que cayó Romana y está hablando”, fue co­mo un presagio de su trá­gico desenlace, aunque quizás creyó que, como en ocasiones anteriores, otra vez se libraría de la policía, y de su muerte.

A “Romana”, Rafael Morales Mercedes, lo cer­caron en una casa de segu­ridad que posteriormente fue allanada. Allí se en­contraba escondido Gui­llermo Rubirosa Fermín, quien escapó mientras los agentes se entretenían con Mercedes”. No se sabe si bastó una paliza, o acaso siquiera fue necesaria, pa­ra que delatara a su com­pañero y empezara a com­partir las ubicaciones de las casas de seguridad y atajos de carretera que Rubirosa Fermín utilizaba para eva­dir los controles en las vías.


Esa mañana del 26 mar­zo de 1978, en San Pedro de Macorís, al verse rodea­do y con gente inocente en peligro, se entregó a la Po­licía. Y fue fusilado. Hubo fuego nutrido de balas en todo el cuerpo.

Solo su rostro quedó in­tacto. Sus acostumbradas “patillas” a los lados de la cara, sus cejas pobladas y el bigote que tenía para esos días confirmaban ante to­dos que aquel cuerpo sin vida pertenecía a Rubirosa Fermín.

Este izquierdista murió a la edad de Cristo, 33 años, en combate contra las fuer­zas especiales de la Policía Nacional, según el parte oficial publicado.

Miembros del movi­miento que dirigía Rubiro­sa Fermín sostienen que fue fusilado por la policía.

Junto a Rubirosa per­dieron la vida dos jóvenes tan inocentes que siquiera sabían que el hombre que amaneció ese domingo en su casa era arduamente perseguido por la policía de los doce años de Balaguer. Se trata de Roberto Henrí­quez y Rafael Ernesto Cus­todio, este último conocido como “Chery La Salsa”.

Pero la persecución y muerte de este sobrino del famoso “playboy” domini­cano, Porfirio Rubirosa, no fue sin razón alguna. Era un dirigente de izquierda, buscado durante años tras perpetrar dos de los más grandes atracos de la épo­ca, además de robar a re­mesadores, canjeadores de cheques y empresas de transporte de dinero.

También se cuenta que habría fusilado a Caonabo Elpidio Jorge Tavarez, de alias “Juanito”, a quien ha­bían acusado de ser un in­filtrado en la organización política Voz Proletaria.

Primer gran robo

La mañana de un 21 de oc­tubre de 1974, un grupo de revolucionarios sorprendió a un empleado de la Colec­turía de Rentas Internas de La Romana que se disponía a depositar más de 42 mil pesos en una sucursal ban­caria.

Los involucrados fueron Luis José Paulino González (Pepe), Daniel Jorge Infante Reyes (Danilo el Karateca), Héctor Julio Morillo (Rugo), Rafael Morales Mercedes y Andrés Francisco Caballero Castillo. Este último disparó por la espalda al cabo Santos Martínez, acompañante del empleado de la Colecturía, mientras Morales Mercedes se apropiaba del dinero, con ayuda de Infante Reyes.

El charco de sangre que envolvía al agente tendido en el suelo parecía no ser suficiente, por lo que Infan­te Reyes disparó nuevamen­te en dirección a la cabeza, quizás para evitar que se de­fendiera, dejando al hombre gravemente herido.

Aunque en esa ocasión no participó, la mano maestra detrás de aquel delito, don­de además de llevarse dine­ro y armas dejaron víctimas

 mortales a su paso, fue Gui­llermo Rubirosa Fermín.

Un mes y semanas des­pués, el acto criminal ejecu­tado por Los Trinitarios fue mayor.

Atacan Banco de Reservas

El plan era dar un golpe que les permitiera suficientes re­cursos económicos para tra­bajar sin preocupaciones desde la clandestinidad, evi­tando crear mayores escán­dalos. Así se idea el asalto al Banco de Reservas de la Pro­longación Bolívar, hoy aveni­da Rómulo Betancourt.

Juan Bautista Castillo Pu­jols, uno de los participantes en este atraco, narra que el 6 de diciembre de 1974, seis hombres con fusiles y ame­tralladoras en manos irrum­pieron en la entidad finan­ciera, pensando salir de allí con más de medio millón de pesos, puesto que era en esta sucursal que se depositaba el dinero de la zona franca de Herrera.

A pesar de no haber logra­do la millonaria meta, come­tieron uno de los más gran­des atracos en el país hasta el momento, según publicacio­nes periodísticas.

Organizamos esa acción, pero queríamos hacerlo de una manera tal que se viera diferente a todo lo que había pasado para que no nos se­ñalaran de atracadores; que se pudiera reivindicar políti­camente la acción”, expresa “El Rubio”, uno de los alias con que identificaban a Bau­tista Castillo.

Los jóvenes fueron ves­tidos de militares, con Gui­llermo a la cabeza luciendo uniforme de capitán, como estrategia de camuflaje, ya que cerca estaba la Secreta­ría de las Fuerzas Armadas y era normal la presencia de los uniformados en los alre­dedores.

Todo parecía marchar bien, pero se sintieron frus­trados al no encontrar más de medio millón de pesos. Sólo había 186 mil. Aunque esto cumplía con su propó­sito de alejarse de las calles, quedaba pendiente una ter­cera acción que no fue ejecu­tada.

Vida clandestina 

El 31 de diciembre de 1974, la policía ubicó a parte de los involucrados y poco a po­co fueron cayendo, uno tras otro. Rubirosa no fue presa fácil de agarrar; logró esca­par de los cercos policiales en más de cinco ocasiones.

Mientras presionaban a los izquierdistas con torturas a sus familiares y apresaban incluso a gente inocente que fueron implicadas en el asal­to al Banco de Reservas, sin tener que ver con ello, Rubi­rosa transitaba libremente por el país.

La persecución nunca inti­midó a Rubirosa, ni hizo que dejara de caminar por las ca­lles como cualquier ciudada­no común y corriente, aun sabiendo que era buscado.

Nunca se sabía el lugar exacto en que vivía, cambia­ba constantemente de resi­dencia, sin importar la hora. Si era rodeado o iniciaban un allanamiento en los sectores donde se resguardaba, sus compañeros lo cubrían y las autoridades nunca lo encon­traban. Por eso fue descrito por algunos como uno de los personajes que mejor supo vivir en clandestinidad.

Fin del dinero

De acuerdo a Raúl Pérez Pe­ña, “El Bacho”, entonces miembro del Movimiento Revolucionario 14 de Junio, las acciones eran políticas y el dinero era utilizado pa­ra sustentar sus acciones. La edición número 751 de la Re­vista ¡Ahora! plasma que las expropiaciones realizadas por Rubirosa se justificaban como acciones que “se le ha­cen al enemigo para Ia causa del pueblo”.

Estas premisas fueron confirmadas por Juan Bau­tista Castillo, integrante de Los Trinitarios, quien expli­có a este medio que el dine­ro expropiado era destina­do para sustentar la vida en la clandestinidad, así como también las acciones políti­cas del movimiento, tales co­mo reclutamiento de adep­tos y un plan de comprar una pequeña imprenta para ha­cer propaganda, entre otras. Quienes se quedaban con el dinero, eran fusilados, como pasó en algunos casos, según narra Bautista Castillo.

Aunque, como expresa un artículo en la edición 456 de la mencionada revista, la causa de Los Trinitarios se redujo a la supervivencia de sus militantes.

La compra de armas, mu­niciones y vehículos, los tras­lados seguros de una ciudad a otra, el alquiler de casas de seguridad, el pago a compa­ñeros que no podían traba­jar, porque estaban fichados, eran algunos de los gastos que conllevaba la persecu­ción por ser revolucionario, a los que se suman las activida­des del partido.

Todo esto fue durante la fase de construcción del mo­vimiento Los Trinitarios. El punto era hacer crecer la or­ganización y con lo recauda­do fortalecer la guerrilla ur­bana, que a la vez daría pasa a la guerrilla en el campo.

La infancia de Rubirosa Fer­mín, abandonado por su ma­dre y una vida nómada junto a su padre, un capitán de la policía que iba de cuartel en cuartel, pudo haber influido en su forma de actuar. Pero la convicción política y el de­seo de una revolución para la mejoría de la vida de la po­blación dominicana le mue­ven a crear su movimiento.

Por la violencia con que buscaba implantar la guerri­lla urbana y campesina, mu­chos lo catalogaron como de­lincuente, pero “eso depende del cristal con que se mire”.

Antes de considerar al movimiento como un grupo guerrillero urbano, el gobier­no de Balaguer los catalogó como criminales e, incluso, compañeros izquierdistas los tacharon de antisociales, aun encasillándolos como tal casi medio siglo después.

Sin embargo, sus más alle­gados, quizás confiando en que “el fin justifica los me­dios”, defendieron las expro­piaciones.

De acuerdo a Amaurys Pé­rez, sociólogo e historiador, para interpretar las actuacio­nes de Rubirosa no se puede salir del marco histórico que envuelve los doce años de Joaquín Balaguer.

Estaban luchando contra maquinarias y poderes que actuaban de manera represi­va, por lo que éstos desarro­llaron acciones de resistencia que tienen que verse dentro de este contexto”.

En la clandestinidad, los apodos y alias no se podían quedar. Frank Matos, Eduar­do Matos o Frank Castillo eran los tres de Rubirosa.

Juan Bautista Castillo desconocía la identidad de Rubirosa Fermín. Con la persona que tuvo esporádi­cos encuentros, en algunas ocasiones para intercam­bios de armas y acompañó en el asalto al Banco de Re­servas, era Frank, un caba­llero “alto, fuerte, con per­sonalidad recia, una sonrisa siempre en los labios y muy optimista”.

Pero ya lo habían preveni­do. Otro dirigente de izquier­da le dijo un día: “Ustedes están trabajando con Rubiro­sa”.

Confundido, creyó que se trataba del playboy, a lo que Bautista Castillo, respon­dió: “¿Qué Rubirosa? Yo no sé de quién me estás ha­blando”. Recibió de vuelta una advertencia como res­puesta.

Habla la viuda 

“A quien tú conoces como Frank, ese es Rubirosa. Es un buen compañero, es un revo­lucionario, pero es un tipo un poco liberal, tengan cuida­do”, le advirtió el compañero.

De su lado, Margari­ta Franco viuda de Rubiro­sa lo describió, en entrevis­tas brindadas tras la muerte de su esposo, como un revo­lucionario que luchó y murió por causa de “la revolución”, “aunque tenía sus métodos que algunos no compartían”.

Asimismo, Marino Mendo­za, antiguo periodista de Lis­tín Diario que cubría la fuen­te policial para ese entonces, señala que a pesar de que los métodos aplicados por Rubi­rosa para responder a la opre­sión no eran los correctos, mayor violencia ejercía el go­bierno de Balaguer.

Listín Diario 

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