Alexandr Lukashenko, el líder autoritario anclado en la era soviética
A Aleksandr Lukashenko no le tembló el
pulso el año pasado cuando, delante de las cámaras de la televisión bielorrusa y de decenas de
funcionarios, reprendió duramente a los administradores de una granja estatal.
Al presidente, antiguo director de varios koljoz (granjas
colectivas), las instalaciones no le parecieron suficientemente limpias.
“¿Estáis enfermos?, [Las vacas] se están defecando unas encima de otras. Están
todas cubiertas de mierda”, gritó. “Quiero los nombres de todos los
responsables. Van a rodar cabezas”, bramó. Y así fue. Varios funcionarios
fueron expulsados y cayó hasta el gobernador. Lo ocurrido bajo los focos en
aquella granja de la región norteña de Mogilev es la dinámica de puño de hierro
con la que ha dirigido Bielorrusia durante más de un cuarto de siglo.
Lukashenko, de 65
años, a quien en Occidente se conoce como el “último dictador de Europa”, se
enfrenta estos días a su mayor desafío tras las elecciones presidenciales en
las que, por primera vez en décadas, se ha medido a una oposición real, y ante
un descontento ciudadano que no sabe cómo manejar. El líder autoritario se ha garantizado los comicios,
pero las crecientes denuncias de fraude y manipulación de la oposición, que no
reconoce la aplastante victoria oficial de Lukashenko (la comisión electoral le
da un 80% de los votos) y las protestas en las calles de ciudades de todo el
país, duramente reprimidas por el aparato de seguridad del Estado, pueden
desembocar en un periodo de inestabilidad para el pequeño país de 9,4 millones
de habitantes, de importancia geoestratégica entre
Moscú y la OTAN.
Lukashenko, hijo de
una campesina soltera, se labró una carrera política con alegatos vehementes
contra la corrupción. Y alarmados por las turbulencias históricas y la visión
de las experiencias en los países de su entorno, su discurso de hombre fuerte
le catapultó al poder. En 1994, en las primeras elecciones presidenciales,
arrasó con más del 80% de los votos. Fueron, según los observadores, los
últimos comicios verdaderamente competitivos.
Desde entonces,
Lukashenko, que en ese momento ya lucía su característico bigote de corte
estalinista, se ha mantenido en el sillón presidencial y ha construido un
Estado autoritario, eliminando los límites de mandato, y ha consolidado el
control del país apoyándose en las palancas de la Administración y en un
aparato de seguridad poderoso y previamente purgado. El hombre que en sus
inicios formó un grupo dentro del Partido Comunista llamado Comunistas por la
Democracia se ha hecho fuerte en la represión, la intimidación, la marginación
de las voces críticas y el control de los medios de comunicación.
Pero en su modelo de
Bielorrusia han aparecido grietas. Primero solo se hicieron visibles para quien
mirase de cerca. Ahora, las multitudinarias protestas en las calles, con la
consiguiente furibunda represión por parte de la policía, son ya abrumadoras. Y
Lukashenko, que fue el único miembro del Parlamento de Bielorrusia que votó en
contra del tratado de 1991 que disolvió la Unión Soviética y que ha tratado de
conservar, al menos en parte, elementos de la URSS en el país, como una intensa
economía estatal o un sistema político controlado, está perdiendo los nervios.
Anclado en la retórica de que Bielorrusia es una “isla de tranquilidad y
seguridad” en un mundo turbulento, ya no puede mantener en casa esa balsa sin
olas.
Lukashenko está
casado, pero no se le ha visto junto a su esposa desde hace décadas. Galina
Rodionovna, que estudió pedagogía y trabajó unos años como maestra, vive recluida
en el campo. Juntos tienen dos hijos, que el líder ha colocado en el aparato
estatal. Lukashenko tiene, además, otro vástago con quien fue la médica
presidencial, que también ha desaparecido de la luz pública. El más joven de
sus hijos, que hoy tiene casi 16 años, se llama Nikolai (Kolia) y el líder
bielorruso ha bromeado alguna vez con que el joven rubio sería su sucesor. Pero
hoy, el pequeño Kolia “se opone a las autoridades en general”, ha dicho estos
días Lukashenko en una entrevista con un conocido periodista ucranio.
El adolescente ha
acompañado muchas veces a su padre en sus viajes al extranjero. También en sus
vacaciones junto a su homólogo ruso, Vladímir Putin, con quien el bielorruso
tiene un intenso vínculo. Son tradicionales sus fotos
anuales en sus villas de la ciudad balneario de Sochi,
esquiando o jugando al hockey sobre hielo, una afición que
ambos comparten. Sin embargo, tras esas demostraciones públicas, los analistas
y personas cercanas de ambos lados señalan que hay una relación de poder
complicada, que en los últimos tiempos, con Moscú tirando de la cuerda y
poniendo a Minsk en aprietos económicos, se ha tensado aún más.
Pocos dudaban de que
Lukashenko revalidaría su puesto. La OSCE, que este año no ha enviado
observadores y ha asegurado que las autoridades bielorrusas no cursaron la invitación
a tiempo, ha denunciado constantemente fraude y suele criticar la falta de
candidatos opositores reales. Pero este año, esa receta aplicada casi por
sistema no se ha cumplido.
Hoy parece claro,
sin embargo, que la participación de Svetlana Tijanóvskaya, una
exprofesora de inglés de 38 años, en los comicios ha sido un error
de cálculo. Lukashenko, que nunca se ha caracterizado precisamente por un
discurso feminista, puede haber subestimado la fuerza de esta mujer, que
concurre después de que las autoridades arrestaran y vetaran a su esposo, un
conocido bloguero. Tampoco anticipó que se unirían a ella las jefas de campaña
de los otros dos candidatos fuertes vetados. Y, sobre todo, no pareció prestar
atención al descontento de la ciudadanía. Por eso, la cuestión clave en estas
elecciones no parecen ser tanto los resultados sino cómo serán las protestas
que ya han sucedido a los comicios.
En estos últimos
meses, el líder bielorruso se ha mostrado todavía más como un dirigente
atávico. Ha ridiculizado la pandemia de coronavirus como “psicosis masiva” y ha
llegado a sugerir que labrar la tierra con tractor, el vodka, la sauna y jugar
al hockey sobre el hielo protegerían a las personas. La semana
pasada afirmó que había estado infectado, pero “asintomático”, y que “había
sobrevivido de pie” al virus. Aunque los observadores han resaltado que estos
días se le ha visto pálido y sudoroso. Ahora, está empleando a fondo todos sus
recursos para “sobrevivir de pie” también a los comicios de este domingo.
https://elpais.com/internacional/2020-08-10/alexandr-lukashenko-el-lider-autoritario-anclado-en-la-era-sovietica.html
https://elpais.com/internacional/2020-08-10/alexandr-lukashenko-el-lider-autoritario-anclado-en-la-era-sovietica.html
No hay comentarios
Comenta y aporta utilizando las reglas del respeto y la dignidad.