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Estudiantes haitianos en el país: "El problema no son las bandas, sino el Gobierno"

 


Salió de su cla­se de medicina y yo tenía más de una hora es­perándola, fue­ra del laboratorio de quí­mica orgánica, para hablar sobre la crisis que atravie­sa su país.

Cuando se marchaba, sus pasos agilizaban a cada segundo que pasaba; ca­minaba rápido, no quería que la alcanzara. El mie­do se notaba en sus ojos, en su escueta forma de ha­blar, y en sus manos.

Yo corría tras ella para al­canzarla y ella también marchaba de prisa para alejarse. Hasta que logró alejarse.

Horas antes, había prome­tido que contestaría algu­nas de mis preguntas so­bre sus sueños, qué piensa de la situación de Haití y cómo entiende que se pue­de mejorar. Hablamos an­tes de ella entrar a clase. Le abrí la libreta roja y le mos­tré las páginas en las que anoté mis dudas, para que ella se sintiera más segura.

El fotógrafo José Alberto y yo, listos para cumplir nues­tra designación, teníamos fe en que conseguiríamos su testimonio.

Cuando terminó la clase nos dejó hacerle fotos den­tro del laboratorio, pero su mirada de temor era más que evidente y se le hacía difícil manipular los equi­pos. Estaba muy nerviosa.

En su clase había dos estu­diantes haitianos que tam­bién llegaron a República Dominicana a estudiar me­dicina. Una también salió a prisa tras su compañera, una forma de esquivo, para pasar inadvertida.

A esta sí pude alcanzarla, pero me dijo no quería ha­blar, ni darme su nombre, ni que le hiciera fotos, porque tenía miedo.

Mi única esperanza para re­latar lo que ellos piensan, sobre cómo podría su país superar este momento difí­cil, fue un joven que salió de último de su salón de clase.

Este sí accedió a hablar con­migo, pero su condición fue bien clara: “no fotos, no ví­deos y no puedes dar mi nombre”. Todo acordado, pero no había terminaba de hacerle la primera pregun­ta y ya quería que finalizara nuestra conversación.

Mientras iniciaba su diálo­go tartamudeaba y me di cuenta de la causa de su te­mor: están muy resentidos porque se ha estado hablan­do mucho de los estudian­tes haitianos.

“Este no es un problema de los estudiantes haitianos, si­no del gobierno, que debe resolverlo porque no hay seguridad”, declaró el jo­ven.

A él le preocupa que su fa­milia esté en Haití, y aun­que tiene trabajo, no pue­de salir de casa porque hay mucha inseguridad.

Pero su buen ánimo y cola­boración cambiaron cuan­do pensó, sin razón, que le estábamos haciendo fo­tos y yo lo estaba grabando con mi celular. Se enojó, sus manos empezaron a tem­blar y entonces pidió que avanzara rápido con mis preguntas.

Empezó a contestar cor­tante y otra vez el miedo se apoderó de él; me pidió mi nombre, le tomó una foto a mi carnet y se marchó.

Ellas no quieren volver

Nos dirigimos a otra univer­sidad y justo a la entrada había otras dos estudiantes haitianas. Nos dimos cuen­ta porque hablaban creole entre ellas mientras com­praban meriendas en una máquina.

Las dos accedieron a hablar conmigo de forma anóni­ma y fueron las únicas que se dejaron hacer fotos, pe­ro solo si sus rostros no sa­lían. Al final, el fotógrafo tu­vo que asegurarle que no les íbamos a fallar.

Ellas nos explicaron que las cosas no son como se han dicho, porque pri­mero, para ingresar al país, deben tener una vi­sa de turista, y luego se inscriben en la univer­sidad, y después, en el consulado dominicano en Haití, solicitan visa de estudiante.

Allí les piden entregar car­ta de inscripción, el cuatri­mestre, carnet estudiantil y otros documentos que ava­len que realmente vienen a República Dominicana a es­tos fines.

Ese fue el proceso que ellas llevaron hace cuatro años cuando vinieron a estudiar medicina, con el sueño de regresar y aportar al desa­rrollo de su nación.

No obstante, hoy día ningu­na de las dos quiere retornar por la inseguridad que hay en Haití, aunque entre ellas dis­cutían si la situación se iba a resolver antes de los próxi­mos tres años, que es cuando planean terminar su carrera. Cuando le pregunté la razón por la que tienen ese temor, recordando el caso de los tres estudiantes con los que había tratado de hablar más tem­prano, me dijo una de ellas: “Mira todo lo que se está di­ciendo de los estudiantes hai­tianos; tú te imaginas yo ver mi cara y que estén hablando mal de nosotros. La gente es­tá diciendo cosas muy malas, pero sí, la situación está com­pleja”.

¿Qué puede hacerse? 

Para ellas, Haití debe tener un gobierno organizado para que la crisis finalice, porque eso conlleva a que se piense mal del ciudada­no haitiano.

En ese punto, una de ellas interrumpió la conversa­ción: “Yo tengo miedo de ir a mi país. Yo cada diciem­bre iba, pero este año no iré porque mi mamá está asustada. Yo soy de un lu­gar que tengo que entrar a la capital”.

El culpable.

Estas jóvenes consideran que las bandas criminales no son el peor problema de Haití, sino el gobierno. Ellas sueñan con un país donde haya más educación y que la gente cambie y estudie más.

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